PLASENCIA FARINAS, AUGUSTO
(Presidente 1888-1889)
Augusto Plasencia Farinas nació en San Fernando (Cádiz) el 24 de diciembre de 1837. Desde muy niño fue educado en el sentido de servicio y a los catorce años ingresó en el Colegio de Artillería de Segovia, para seguir la carrera militar. En sus años como cadete comenzó a destacar por su clara inteligencia y debido a su disciplina y aplicación a cuantas funciones se le encomendaban.
En junio de 1856, es decir, cuando contaba con dieciocho años, fue promovido a teniente y con esta graduación pasó a su primer destino en Sevilla, donde desempeñó su cargo en la Escuela de Pirotecnia. Estos primeros años debieron ser de un carácter decisivo en la formación de su saber como artillero, dado que, más adelante llegaría a ser muy conocido por sus innovaciones técnicas en dicho terreno.
Hacia 1859 le encontramos en pleno servicio activo en el frente de guerra, pues pasó a finales de dicho año destinado como oficial a la campaña de África. Su evolución como militar y artillero estuvo íntimamente ligada a la mejora del material, siendo muy notables sus invenciones en cuanto a piezas de artillería de montaña. Sus inventos habían sobrepasado las fronteras españolas y ya en los años de 1870 a 1873 se le conocía internacionalmente, y su nombre había ganado un incuestionable prestigio.
Su mente inquieta y creativa le había hecho sacar el máximo partido a numerosos viajes que realizó por el extranjero, hasta el extremo de aprovechar cuantos factores e innovaciones veía aplicables a su profesión. Hacia 1887 sabemos que, desde su empleo de coronel, era considerado como uno de los más brillantes jefes del Cuerpo de Artillería. Influyó de forma muy poderosa en su ascenso y aplicación de elementos novedosos en el material artillero el que su carrera estuviese ligada a Sevilla. Se trató de la simbiosis perfecta pues, a sus dotes naturales se unía que la capital hispalense se había convertido en el siglo XIX en un importantísimo bastión en la fabricación de armas, especialmente de artillería. En Sevilla se hallaba la fábrica de Artillería, con la Pirotecnia, donde se formaban verdaderos técnicos una vez que obtenían destino tras su paso por la Escuela de Artillería. Por otro lado, Sevilla era la tercera capital de España a mediados del siglo XIX, por lo que cabe pensar que el destino en este entorno capitalino fuese muy deseado por los militares, y particularmente por los artilleros. De la Fábrica de Artillería de Sevilla salieron los leones de franquean el edificio de las Cortes Españolas, fundidos en bronce que se obtuvo de las piezas de artillería capturadas en la campaña de África en la que intervino Augusto Plasencia.
Obtuvo, por concesión de la reina regente, Doña Cristina, el título de conde de Santa Bárbara, en atención a su fundamental trayectoria como artillero, y en particular por su invento de los cañones de largo alcance. A ello se unía que su personalidad le llevaba a ser individuo estudioso y cultivado, así como profesar una acentuada fe católica.
Respecto a su actuación como ateneísta, se puede destacar que fue elegido presidente de la Docta Casa para encabezar la junta directiva que habría de regirla en el curso de 1888-1889. Hemos de considerar esta junta como de transición, apoyando esta afirmación en que, a pesar de las medidas planteadas, presentó Augusto Plasencia su dimisión al finalizar el verano, por lo que sólo estuvo dirigiendo la institución unos meses (la junta había sido elegida por mayoría el 31 de mayo de 1888).
Entre las actuaciones como presidente del Ateneo de Sevilla, destaca que estudió y presentó un plan para afrontar los múltiples problemas que aquejaban a la institución.
La sujeción a normativas de funcionamiento se revelaba como algo de capital importancia, en el sentido de someter a pautas de actuación el comportamiento de los socios y la tramitación de cuanto de estimase conveniente. Así, dispuso para los socios de un ejemplar del Reglamento del Ateneo de Madrid, al objeto de tenerlo como referencia y, a partir de dicho texto, reestructurar su articulado y adaptarlo a las peculiaridades del de Sevilla.
Como complemento a su labor en la presidencia, encargó en julio de 1888 a una comisión, integrada por los ateneístas Manuel de Bedmar, Luis del Río y Román García Pereira, que se formulase un proyecto lo más completo posible para efectuar cuantas reformas fuese necesario, así como contemplar las pertinentes ampliaciones de funciones. El Ateneo empezaba a tener, en un plazo muy breve, un cúmulo de medidas resolutivas que abordaban los obstáculos que venía padeciendo desde tiempo atrás.
En dicha línea de actuación, y también en el mes de julio de dicho año, abordó la junta directiva presidida por Plasencia la difícil y espinosa cuestión del traslado del local que ocupaba la Docta Casa, por entonces en la calle Albareda. A tal efecto se nombró una comisión que agilizase el asunto. El traslado se veía como factor esencial para el desarrollo de la vida del Ateneo, por lo que en el mes de agosto se volvió a reunir la junta directiva y a plantear Gabriel Lupiáñez la inmediata emisión de 200 acciones de cinco duros cada una, así como la reforma del reglamento que permitiera una modificación de las cuotas de los socios, al objeto de hacer frente al traslado.
Al final del verano presento Augusto Plasencia su dimisión como presidente del Ateneo, fundamentándola en motivos de salud. Distintos sectores de ateneístas intentaron disuadirlo, sin alcanzar este propósito.
En el cambio de siglo vemos a Augusto Plasencia como alcalde de Sevilla, siendo calificado por algunas fuentes como perteneciente a la izquierda dinástica. En el desempeño de tan alta función política y administrativa, se preocupó especialmente por las cuestiones sociales, y prueba de ello fue su impulso a la creación de la sociedad Capital y Trabajo Reunidos, en 1900, así como su propuesta para la construcción de una barriada obrera en la zona de la Cruz del Campo.