El día 4 de enero de 2017 no tuve reparo en disfrazarme de beduino, pero tampoco lo hubiera tenido si, por ejemplo, de camello o de caballo me tuviera que haber vestido con tal de regocijar la dulce inocencia de los niños.
Esa mágica tarde, además de acompañar al heraldo real por las calles de Sevilla para solicitar la simbólica llave de la ciudad a nuestro alcalde, fui espectador y actor de un emotivo espectáculo que ya forma parte del universo sentimental de mi alma, porque pude comprender lo inefable; las manitas de los niños.
Con una mano me entregaban las cartas que estaban dirigidas a los Reyes Magos y con la otra, extendida, solicitaban un caramelo… ¡Qué precioso intercambio!
Conforme iba recogiendo sus ilusionadas epístolas, percibía el aroma de la fe y de la esperanza infantil. Aquella inmarcesible fragancia, inadvertidamente, me impulsó a quebrantar el secreto de la correspondencia antes de cumplir con la misión que tenía asignada de entregárselas al cartero real, pero no pude terminar de leer ni la primera porque, en aquella víspera de la noche de Reyes y tan próxima a la Epifanía, las letras de las cartas de los niños se desvanecían y subían al cielo ya que se trataba de una especie de sublime oración que los Reyes de Oriente tenían que ofrecer al Niño Jesús.
Este ateneísta nunca olvidará las manitas de unos niños que tanto recrearon su vida aquella tarde, y siempre conservará esa enternecedora imagen en lo más profundo de su alma.
Carlos Gálvez Martínez, Secretario del Excmo. Ateneo.
Sevilla, enero de 2017 (Centenario de la Cabalgata de RRMM)